jueves, 25 de abril de 2013

AUTONOMÍA, LIBERTAD Y BIENESTAR


AUTONOMÍA, LIBERTAD Y BIENESTAR:
SOBRE LA JUSTIFICACIÓN DEL PATERNALISMO LEGAL


El principio de la no maleficencia, primum non nocere, es un principio subyacente en la ética y teoría política sobre el que no parece haber gran desacuerdo. Libertarianos, liberales, socialistas y anarquistas, todos están generalmente de acuerdo con el padre de la política occidental, John Locke, en que “nadie, debería dañar a otro en su vida, salud, libertad o posesiones.” En ese mismo párrafo del Segundo tratado sobre el gobierno civil, Locke postula que “aunque el hombre en ese estado [de naturaleza] tenga una libertad incontrolable para disponer de su persona o posesiones, no tiene la libertad de destruirse a sí mismo.”
A diferencia del principio de no maleficencia, la legitimidad y justificación de este otro axioma ético y jurídico tan extendido en los cánones legales modernos ha sido objeto de una gran discusión.

“¿Qué valores son universalizables?”, “¿Qué valores puede el Estado imponer a sus ciudadanos?”, estas respuestas nos guiarán en el esfuerzo normativo de entender la justificación del
paternalismo. A estas preguntas—que transcienden la discusión sobre el paternalismo y nos remiten a los fundamentos de la teoría ética y política—varios autores han intentado tímidamente responder. Para Garzón Valdés, “sólo cuando la medida en cuestión, aplicada a un Ib [incompetente básico] … aspira a la superación de un déficit de igualdad puede hablarse de paternalismo éticamente justificado.”

Para Camps, “el paternalismo se justifica cuando lo que busca es hacer justicia … cuando su ejercicio promueve la distribución de los bienes primarios.”

Para ArnesonII, el paternalismo se justifica cuando promueve el mandato moral “de no gastar la vida mas utilizar la oportunidad de vivir de manera valiosa, que sea productiva de bienes significativos para sí y otros.”

El quid de la cuestión radica en el conflicto entre dos responsabilidades fundamentales del Estado: la responsabilidad de respetar y proteger la pluralidad de estilos de vida, y la responsabilidad de aconsejar y educar a su ciudadanía. Ambas responsabilidades brotan de una responsabilidad primera de asegurar el bien y el bienestar de sus ciudadanos; pero, como el debate sobre el paternalismo legal muestra, la persiguen por vías a menudo difícilmente conmensurables.

Es un error pensar que el respeto por la autonomía, o la preservación de la libertad, siempre aseguran el bien de los ciudadanos. De igual manera, suponer que el ejercicio de estos no es un valor en sí, un valor intrínseco de la sociedad, es también un grave error. Por eso, intentar discernir una estrategia legal adecuada a un Estado de bienestar, tiene que pasar por evaluar las consecuencias de la intervención paternalista para el bienestar de sus ciudadanos: entendido como bienestar material, pero también bienestar moral, categoría bajo la que entra el valor intrínseco del ejercicio individual de la autonomía y la liberta


…ni una persona, ni cualquier número de ellas, se justifica en
decir a otra de edad madura, que no haga con su vida para su
propio beneficio lo que elija hacer con ella.
JOHN STUART MILL, Sobre la utilidad

No puedo hacer el bien a nadie según mi concepción de la felicidad (excepto a niños y dementes), mas sólo según la de aquel a quien pretendo beneficiar.
IMMANUELKANT, La doctrina de la virtud

JAIRO GARCÍA APARICIO

lunes, 8 de abril de 2013

¿EDAD LEGAL O CAPACIDAD REAL?



Empezando por el término legal de mayoría de edad ,el Código Civil Español, en su Artículo 315 define como mayoría de edad a aquellas personas con los 18 años cumplidos. De esto se deriva que un sujeto con 18 años tiene plena capacidad para realizar cualquier tipo de acción.

 Refiriéndonos a la capacidad esta puede ser de dos tipos: Jurídica que es la aptitud para ser solo titular de derechos y obligaciones y que lo único requerido es haber nacido. Y capacidad de obrar que es la que más nos interesa.: Esta no solo requiere tener la titularidad sino tener también el ejercicio de esos derechos y obligaciones.
Es decir, consiste básicamente en tener inteligencia y aptitud, que se adquiere con los años.

Desde el punto de vista lingüístico, según la R.A.E por capacidad se entiende la aptitud, talento, cualidad que dispone a alguien para el buen ejercicio de algo.

Teniendo esto claro, ¿Cual es el problema? El problema es que estas definiciones legales con sus correspondientes consecuencias legales,  junto al principio de autonomía del usuario puede generar un conflicto de intereses para el trabajador social.

A mi parecer, el ordenamiento jurídico presume muy a la ligera el que a partir de los 18 años todos tengamos capacidad de obrar. Al cumplir los 18, se habla de ser mayor, sacarse el carnet de conducir, pegarse una fiesta por todo lo alto, entrar a discotecas etc., pero nunca he oído hablar de un “curso para hacerse mayor”, o “lo que esta bien y mal” o “aprende a elegir la mejor opción para ti”. Con esto quiero decir que la mayoría de edad es solo un estado civil y que la capacidad de tomar las mejores decisiones para uno mismo se adquieren con el tiempo.

Sea cual sea la forma de adquirir la capacidad (mediante la imitación de Bandura o por aprendizaje a base de ensayo y error de Thorndike)  la realidad es que no siempre conocemos la forma de actuar ante las situaciones en las que nos encontramos. Es en ese momento en el que van a llegar muchos de nuestros usuarios a nuestra consulta como trabajadores sociales, el problema es que van a pensar que saben cómo salir de esa situación de forma airosa.

En ocasiones nos encontraremos con mujeres maltratadas que piensan que tienen la capacidad para escoger no denunciar a su agresor. Yo no las definiría como incapaces, puesto que pienso si tienen capacidad para tomar sus propias decisiones, pero no cuentan con la capacidad adecuada para el buen ejercicio, puesto que entiendo por todos aceptado que el maltrato no es algo deseable.

Es entonces cuando el trabajador social debe tomar cartas en el asunto y hacer salir a la persona de ese error, que no es por incapaz sino por falta de experiencia en el problema,  y falta de capacidad temporal o ante una cierta situación. Y esto a mi parecer no tiene nada que ver con la mayoría de edad. Una persona con 56 años puede ser igual de “amateur” en un problema al cual nunca se ha enfrentado y por lo que no tiene las habilidades necesarias para salir de él,  aunque el ordenamiento y la autonomía les doten de potestad para tomar su propia decisión.

Con esto llego a la conclusión de que no debemos suponer que el usuario tenga la plena capacidad para tomar ciertas decisiones y en el momento en el que comprobemos que una decisión que quiere tomar es completamente contraria a su bienestar deberíamos actuar como profesionales y sacarle de su error.

Esther Gómez Martín.

miércoles, 3 de abril de 2013

Inevitable vínculo sociedad-individuo.


Russeau ya señalaba en el siglo XVIII que “el ser humano es bueno por naturaleza, es la sociedad la que lo corrompe”. De este modo observamos que desde hace muchos años la sociedad y el individuo han estado unidos, tanto para lo bueno como para lo malo, como si de un matrimonio estuviésemos hablando, uno sin el otro nunca se han reconocido. Y es que, como decía Aristóteles “el hombre es un ser social por naturaleza”, necesita de su entorno y éste le necesita a él.

Una vez señalada esta idea inicial podemos centrarnos en tratar de explicar por qué ambos se necesitan:

La sociedad está formada por un amplio conjunto de individuos (o quizás no tan amplio si de sociedades pequeñas se tratase) y por lo tanto, sin ellos, ésta no existiría. Partiendo de esta idea observamos también que lo bueno así como lo malo que un individuo o más bien varios (para hacerse más notable si hablamos de un número mayor de personas) realice se verá reflejado de una u otra forma en su sociedad. Para dar una visión de este hecho tratemos un tema de actualidad, como por ejemplo la crisis española, tema por el cual todos nos vemos involucrados, a la hora de buscar culpables… ¿quiénes han sido señalados? Políticos, banqueros, empresarios… no hemos supuesto que la culpa fuese de todo, sino que hemos apuntado con el dedo a determinados individuos que, lo queramos o no, se encuentran en nuestra sociedad. Otro ejemplo más simple y, en este caso favorecedor para muchos, sería el de la selección española de fútbol campeona tanto de Europa como a nivel mundial; en este caso encontramos expresiones como “somos los campeones”, “España es la mejor”, en personas no pertenecientes a la selección, es decir, nos atribuimos las glorias de otros simplemente porque también son españoles.

De este modo se intenta mostrar cómo lo bueno y lo malo realizado por algunos se refleja en el conjunto global de la sociedad, en este caso de la nuestra.

Por otro lado se encuentra el individuo. Es cierto que lo importante es la realización personal, el desarrollo y el crecimiento de uno mismo y el tan famoso empowerment. Pero, seamos sinceros, ¿todo esto es siempre posible así, sin más? Realmente no, o al menos mi perspectiva así lo cree. Todos los individuos son alguien por el simple hecho de nacer y de hecho así se demuestra en los diversos derechos y obligaciones con los que un individuo cuenta. Pero todos esos derechos y todas esas obligaciones han sido creados y fundados en sociedad. Nadie escoge sus derechos a su gusto, ni decide qué obligaciones quiere tener y cuáles no. Así, observamos cómo la sociedad, ya desde el momento de nacer, influye en el individuo.

A lo largo de toda su vida el individuo se encontrará con la sociedad a cada paso que dé. La sociedad le verá nacer, la sociedad le ayudará en su desarrollo académico, la sociedad le promoverá una salud (esto sería aplicable en este caso a la sanidad española), y un largo etcétera en el cual, nos guste o no, siempre estaremos vinculados a vivir en sociedad y a necesitarla.

Debemos entender que necesitar a la sociedad no es tan malo cómo muchas veces parece. Somos ciudadanos y por ello debemos exigir lo que es nuestro, así como cumplir con nuestras obligaciones (aquí podríamos abrir un paréntesis en el que discutir ciertas obligaciones, pero no es el momento) para mantener un cierto equilibrio entre sociedad e individuos. Pero nunca debemos confundir que el hecho de necesitar a la sociedad nos hace débiles o afecta al desarrollo personal del individuo puesto que no es así, ya que, como hemos dicho, el ser humano es un ser social, y por tanto debe poder contar con ello siempre.
Carmen Diego Seller



lunes, 1 de abril de 2013

Normas y Sociedad


Los seres humanos, como sociales que son, necesitan la sociedad. La sociedad, como constructo social que es necesita a los seres humanos para su subsistencia. Esta relación de interdependencia convierte al problema naturaleza-bienestar en un asunto tremendamente complejo, dado que la naturaleza de los seres humanos apela a que estos se revelen contra todo aquello que les constriñe, que coarta su libertad, que impide que desarrollen todas sus capacidades (aunque en realidad no quieran hacerlo). Los humanos se rebelan contra la sociedad, contra el Estado, pero no pueden sobrevivir sin ellos, de este modo, es comprensible que las personas se subleven contra todo lo que les es impuesto desde el exterior, pero esta protesta, a menudo es inútil, dado que no podemos aislarlos y convertirnos en ermitaños permanentes desde el día en que nacemos hasta el de nuestra muerte. No podemos desempeñar a la vez el papel de carnicero, verdulero, panadero, zapatero, informático, sastre y más aún, nos es imposible desempeñar el papel de madre, padre, hijo, pareja sin alguien que nos acompañe…

El problema surge en el momento en que nos paramos a pensar en las normas de la sociedad. Desde mi punto de vista, habría que plantearse si estas normas son lícitas, si están diseñadas para la mayoría, si realmente surgen de un acuerdo mayoritario. Al ser muchas de las normas sociales de las sociedades occidentales designadas por unas pocas personas aleatorias (muchas veces elegidas por una mayoría mediante votación, pero ya se ha demostrado que los programas políticos mienten), ¿Hasta qué punto es lícito obligar a las personas a cumplirlas? ¿Hasta qué punto esto es legal, teniendo en cuenta el delito de coacción y el derecho a la libertad de expresión y de acto?

El artículo 172.1 del Código Civil  referente a la coacción dice:

1. El que, sin estar legítimamente autorizado, impidiere a otro con violencia hacer lo que la ley no prohíbe, o le compeliere a efectuar lo que no quiere, sea justo o injusto, será castigado con la pena de prisión de seis meses a tres años o con multa de 12 a 24 meses, según la gravedad de la coacción o de los medios empleados.

Cuando la coacción ejercida tuviera como objeto impedir el ejercicio de un derecho fundamental se le impondrán las penas en su mitad superior, salvo que el hecho tuviera señalada mayor pena en otro precepto de este Código.

También se impondrán las penas en su mitad superior cuando la coacción ejercida tuviera por objeto impedir el legítimo disfrute de la vivienda.

Sin embargo, dado que vivimos en sociedad, ¿hasta qué punto podemos permitir que una persona haga algo en contra del resto? ¿En qué momento la decisión de una persona individual raya tanto en la libertad de otro que es necesario cortar?

Vivimos en un momento de descontento tanto por causas económicas como sociales, se observa una gran tensión en la sociedad y nos encontramos en un ambiente de continua protesta y continuas manifestaciones contra el orden establecido, contra los gobernantes actuales, contra el sistema, al fin y al cabo. Escuchamos frases como “Vuestra crisis…”, “no nos representan”… Entonces me pregunto, en estos momentos, ¿podemos obligar a las personas a seguir unas normas contra las que se protesta?

Creo que es necesario buscar en casi todo momento el bienestar para la mayoría, pero este bienestar debe ser encontrado en un consenso formado por las opiniones de cada individuo y, de esta forma, encontrar una democracia real, en la que las normas sociales (y el resto), si representaran las opiniones generales de la población al completo (o al menos de una mayoría considerable). Si esto no es utópico (lo que es muy probable), realmente es muy complicado y yo, desde luego, no puedo encontrar la respuesta.

Teresa Díaz de Atauri Colás